martes, 10 de junio de 2014

El Castellano, cruce de caminos



  Maqueda se encuentra en un cruce de caminos entre Madrid, Toledo, Talavera y Avila. Vamos, que siempre ha sido tierra de paso, de parada y fonda.

  Lo mas conocido de este pueblo, y visible desde la A-5, es el Castillo de la Vela, que se empezó a construir en el siglo X y que alcanzó su esplendor en el siglo XV con personales de la talla del Condestable Don Álvaro de Luna, el Cardenal Mendoza, el Arzobispo de Toledo Alonso de Carrillo o el Contador del Reino Gutierre de Cárdenas. Después de servir como cuartel de la Guardia Civil y ser restaurado para acoger el archivo de esta institución, ahora se encuentra en proceso de venta por el Estado para obtener liquidez.



  El restaurante que nos ocupa hoy es el Mesón Castellano, un restaurante con 40 años de historia y tres generaciones a sus espaldas. Aunque ya sabemos que la conversión de las antiguas carreteras nacionales en autovías ha acabado con la mayoría de los negocios, "El castellano" (como le llamamos por aquí) sigue resistiendo el paso del tiempo y a eso que llamamos el "progreso".
  El Castellano dispone de salón para carta, salón para menú y otro espacio diferenciado para bodas: La Ventilla del Escribano. 
  Nosotros optamos por el menú del día de 9.50 € que ya habíamos probado otras veces y que es realmente bueno. La mejor prueba de ello es que tuvimos que esperar 20 minutos a que nos dieran mesa.
Nada mas entrar uno ya se da cuenta de que estamos ante un restaurante que cuida los detalles: manteles y servilletas de tela; botellas de agua de cristal, copas finas, panecillos individuales... El servicio es atendido con diligencia y amabilidad por varios camareros y uno de los dueños, que te "cantan" el menú a la antigua usanza y te recomiendan el guiso del día.
En esta ocasión eramos cuatro los comensales por lo que pudimos compartir y valorar mas platos que de costumbre.


  Como primeros platos tomamos: entremeses, ensalada mixta, sopa de picadillo y espaguetis al roquefort.

  Los entremeses incluían jamón cocido, jamón serrano, queso tierno, salchichón, chorizo, mortadela, tortilla, aceitunas, canapé de salmón y pimiento frito. Buena cantidad y calidad correcta como corresponde al menú.   Lo mejor la tortilla, muy buena, y también el canapé de salmón.
  La ensalada mixta muy abundante también y acusaba el mal que nos acecha estos días: el exceso de zanahoria rallada.
  La sopa de picadillo también muy abundante, servida en cazuela de barro, sustanciosa y trocitos de jamón y pollo. Quizá desentonaba un poco el jamón tipo york que no aporta mucho al sabor, pero contribuye al número de "tropezones".

  Los espaguetis al roquefort son un plato contundente, plato único en cualquier casa. Estos estaban buenos, bien de punto de cocción (cosa rara para un menú), con bastante queso y carne picada.


  Como segundos platos pedimos: escalope de ternera, conejo al ajillo, solomillo de cerdo a la pimienta y dorada a la espalda.

  El escalope, de tamaño generoso, y con un rebozado fino era bastante tierno, buen punto de fritura con el pan rallado sin quemar y acompañado con patatas fritas "de verdad".
  El conejo al ajillo, aún estando bueno, fallaba en el aspecto visual (demasiado blanquecino). Para nuestro gusto deberían haberlo dorado un poco mas, pero estaba bien de sabor y tierno. Fiel al estilo casero, también presentaba demasiado aceite en el plato.
  El solomillo de cerdo era espectacularmente tierno para no ser ibérico, ración de muy buen tamaño como todos los demás platos y para mi gusto exceso de salsa a la pimienta.
  Es raro en un menú del día encontrar pescado de cierta calidad. En éste, había lubina y dorada, todo un lujo. Yo opté por la dorada a la espalda, y aunque no era una ración especialmente grande si estaba bien cocinada y parecía fresca. El único "pero" que le pondría es que llegó a la mesa ya templada, así que se quedó fría rápidamente.
  Para los postres pedimos tarta de San Marcos, tarta de chocolate y milhojas con crema de almendras. Los tres de factura industrial pero muy ricos y acordes con el resto del menú. Especialmente suave y con azucar caramelizada la tarta de san Marcos, contundente la de chocolate que recordaba a la "tarta de la abuela" y crujiente como debe el milhojas.
 
  Ya fuera de menú, pedimos un café que suele ser el gran olvidado en los restaurantes a pesar de ser el último recuerdo que te llevas y el producto más barato de los consumidos y, para mi sorpresa, este estaba bueno y puso el broche de oro a nuestra comida con amigos.

Valoración: comida tradicional con productos de calidad a muy buen precio.


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